Más preguntas vienen a mi cabeza, tengo la sensación de que
ayer hice un largo examen. Esta vez son acerca de mí, sé que llevo unas horas
nerviosa pero no entiendo por qué. Riiiiiing Riiiiing, suena el despertador…
¡Dios mio! ¿Las ocho de la mañana ya? Odio esa manía de mi cerebro de
despertarse pocos minutos antes de que el infernal sonido del móvil me de los
buenos días.
Mi mente ya empieza a conectar con el mundo exterior. ¿Por
qué estaba haciéndome tal interrogatorio? Que susto me he pegado, me sentía
dentro de una sala con luz tenue, con dos policías que analizaban mis
circunstancias del presente. Maldita mente de mujer, siempre cuestionándoselo
todo, incluso inconscientemente. Los matones con uniforme observaban mis
reacciones, me sentía como en la típica película americana policíaca…
¡Madre de Dios! ¡Película americana! Ya se porque estoy
inquieta, ya entiendo porque tanto interrogatorio a estas horas. Anoche me
acosté a una hora muy lejana a aquella en la que los dibujos mandan a la cama a
los niños, cuando ya llevan mucho rato los programas de radio con locutores
susurrantes contestando a insomnes oyentes. La razón, crear mi primer
cuestionario digno, inteligente y original para el director y protagonista de
'Argo':
Ben Affleck.
Una se levanta con otro ánimo así, por supuesto. Por estos
momentos amo mi profesión. Me siento la Carrie Bradshaw madrileña, salvando las
distancias, porque aún me queda mucho para poder comprarme unos ‘Manolo’ con el
sueldo que gano, pero ¡qué más da! Hoy Ben estará esperándome (o yo a él pero
eso da igual), cosa que no se puede decir todos los días a no ser que seas
Jennifer Garner.
Entiendo que me embargue la emoción, pero yo soy más
profesional que todo esto. Aún queda un largo día y tengo que ser espléndida en
todo momento.
Aunque tardo media hora más de lo normal en arreglarme, sexy
pero discreta, llego pronto a la redacción. Y de vuelta a la realidad:
Toca editar estos teletipos de la agencia Efe; corrige aquel
artículo que manda tal periodista consagrado; ahora, traduce del italiano este
“tocho” de hojas; ¡ah, no! Ahora ya no nos hace falta, gracias; búscanos el
teléfono de no sé que señor de la Conchinchina y pregúntale hacia que lado gira
el agua del baño en su pueblo…
A media mañana, mi cabeza está tan revuelta como mi pelo y
mis ojos se han quedado secos de mirar al ordenador. Llegados a este punto he
bajado un poco de la nube y recuerdo que sigo siendo la novata (aunque perdí la
cuenta del tiempo que llevo aquí) y que ningún príncipe hollywoodiense va a
venir a rescatarme. Miro mi reflejo en la pantalla y me digo: “a lo mejor no
hoy, pero quien sabe”, solamente para insuflarme ánimos, que ya a estas horas
están más perdidos que Alicia en Wonderland.
La jefa de redacción me llama, quiere repasar las preguntas
que más tarde formularé intentando ocultar mi voz temblorosa. Dice que es para
comprobar que todo está en orden, mi cerebro traduce: “para que no la cagues”.
Después de un rato quitando esto y cambiando lo otro parece
satisfecha. No salgo tan mal parada como creía y me voy dispuesta a llenarme de
energía con una deliciosa comida, tupper de macarrones, y un ratito de marujeo
con mis compis.
Y aquí es cuando empieza el caos.
Me suena el teléfono, número desconocido, al cogerlo me
habla una voz chapurreando el español, al menos lo intenta, pero pronto cambia
al inglés. Es el agente de prensa de Affleck, la entrevista tiene que
adelantarse a dentro de una hora o no se puede hacer porque han surgido otros
eventos. Si me parece bien, genial, si no, mejor. Me cita en el otro lado de la
ciudad, no podía ser menos y con voz agradable, me exige puntualidad. Que
diplomáticos son estos tipos.
Vuelo hacia la salida, habrá que dejar el tupper para otro
día, también a mis compis y el marujeo. Por estos lares no paran taxis, parece
el desierto en pleno centro del país. Corro hacia el único autobús que se digna
a venir por aquí. Me bajo en una zona más transitada y busco un taxi, al menos
me lo pagará la revista. Me meto en el primero que encuentro libre, un hombre que
debe de llevar tanto tiempo pegado a esa silla que parece una extensión del
coche. Me mira con cara de póker, pero sonríe cuando le anuncio mi destino.
Me da miedo mirarme pero el retrovisor me llama, sospecha
confirmada, estoy echa un horror, pero pronto se me olvida el aspecto que
llevo, que importa esto si con las prisas… ¡¡Me he dejado las preguntas encima
de la mesa!! Concentración Noelia, en los años de carrera y master te han
enseñado a improvisar, además, gracias a que mi generación es la del Homo Videns que describía Sartori en su
libro, mi memoria fotográfica está bastante desarrollada y también puedo usar
toda tecnología telefónica para que me las chiven.
Pintándome el ojo con una mano y apuntando las preguntas con
la otra mientras mi móvil hace equilibrismo en el hombro derecho, llego al
espléndido hotel donde he quedado, 10 minutos antes de la hora fijada.
En recepción me indican donde tengo que dirigirme y
torpemente llego hasta allí, espero que los que me esperan no escuchen los
latidos de mi corazón por encima de mi voz. Tengo que volver a las clases de
yoga.
Por supuesto, al final tengo que esperar casi cuarenta
minutos más a que aparezca la estrella americana, tiempo que se restará a mi
entrevista. Pero da igual, cuando aparece Affleck por la puerta de la cafetería
del hotel se me olvidan todos los males anteriores. Al darse cuenta de que soy
yo quien le espera me sonríe con unos dientes brillantes, blanco Hollywood, y
me pide perdón en castellano con ese acento mexicano suyo, cree que eso
funcionar. Acierta. Detrás de él aparece un tipo con cara de búho, que vigilará
cada movimiento y palabra que yo pronuncie.
Comienza la entrevista. Una a una voy exponiendo mis
preguntas, intento darles un toque de humor y de vez en cuando atino. Es un hombre
fácil y agradable aunque percibo que muchas preguntas las responde
mecánicamente. De vez en cuando echa un ojo a la grabadora y me mira extrañado,
“tal vez no le gusta sentirse tan expuesto” pienso, (ingenua de mí) hasta que
en un momento me dice: “¿No necesita una luz roja?”, me acerco lentamente a la
grabadora para tardar más tiempo en darme cuenta del fallo. Como no podía ser
de otra forma, debido a los nervios di al botón equivocado y en vez de grabar
está reproduciendo otro audio, que sin sonido, no hemos escuchado. No sé que
hacer, buscaría una maceta ahora mismo para meter la cabeza en la tierra.
No pasa nada… ¿Se puede echar aquí la culpa a los editores?
Bueno, intento controlar la situación. He apuntado un par de cosas y me acuerdo
de otras tantas. La luz roja, esa de la que siempre me acordaré, ya brilla y el
resto de la entrevista pasa entre mi vergüenza y la compasión de Ben. Pero me
ha venido bien, esto le causa la sensación de que tiene que hacerme sentir
mejor y está muy comprometido con las preguntas que le formulo.
Aunque el Búho con traje no tiene tanta sensibilidad y juzga
que el tiempo ya se ha acabado cuando empiezo a estar en mi salsa.
No me da tiempo a penas a sacar un par de fotos para la
publicación cuando ya están saludando a otro de mis compañeros de
profesión. Sin embargo, aunque parezca
mentira, me voy satisfecha de lo conseguido.
De vuelta al ático donde trabajo, porque aquí no ha acabado
el día, me toca transcribir y editar toda la información que he recabado. Más
visitas al despacho de mi jefa que me felicita por como estoy definiendo el
texto que mañana será publicado. Nunca sabrá el desastre de la grabadora, y a
juzgar por su comentario, creo que lo he salvado muy dignamente.
El día laboral ya acaba y me vuelvo a casa en autobús, agotada
pero con un aire de orgullo como compañero de viaje. Queda rato para aterrizar
en mi destino así que me dispongo a leer a la competencia para ver como les ha
ido la jornada a ellos. Me impacta un titular en un día como hoy,
Mario Vargas Llosa: “El periodismo también
es un arte”. El resumen de lo que dice puede condensarse en
esta declaración: "Estoy convencido de que el periodismo es absolutamente
fundamental para desarrollar y mantener vivo el espíritu crítico en una
sociedad. Nada aplica tanto el espíritu crítico como la información que nos va
poniendo, nos va mostrando, nos va enfrentando a esa actualidad transeúnte. No
conozco mejor manera de medir el grado de libertad que hay en una sociedad que
consultando su prensa. Es el termómetro más inequívoco para saber si existe o
no existe libertad".
Este señor siempre me hace reflexionar, no puedo quedar
impasible ante estas palabras. Tal vez lo que he hecho hoy no trascienda en la
historia, pero es el problema del periodismo, la fugacidad, mañana me leerán
pero dentro de una o dos semanas saldrá otra película, pasará algo de nuevo
interesante y ‘Argo’, y sobre todo yo, quedaremos olvidados.
Pero me leerán, me quedo con eso, crearé un sentimiento en
alguien, ¿acaso no es eso lo que hace el arte? Y formularán una opinión sobre
lo preguntado y sobre lo respondido. Tal vez inspire conversaciones e incluso
alguien me escriba. Da igual si es para bien o mal, habrá servido de algo.
Recuerdo que esta mañana me he despertado con miles de
preguntas, si este mundo de tecleado continuo iba a algún sitio, sobre si era
buena en ello, si servía lo que hacía desde mi humilde posición, si iba a
trascender. Reconozco que mis respuestas quedaban un poco en vaso medio vacío,
pero después de este día y leer mis inquietudes en palabras de Vargas Llosa mi
concepción sobre esta profesión cambia y el vaso se va llenando cada vez más.
Las personas tenemos ansia de información, de conocer, somos
curiosos por naturaleza, y aunque las circunstancias han cambiado estos últimos
años al igual que los escenarios, dejando que el usuario conecte muchas veces
con el protagonista de las historias, es el periodista el que debe sacarle jugo
a una historia y crear información veraz y diferente de la que el personaje
podrá darle a sus fans.
Y así llego a casa, con la mente embrollada pero segura de
que esta profesión tan complicada con la que tienes que estar alerta 25 horas
al día, es necesaria e insustituible, por mucho personaje apocalíptico que
anuncie su fin. Y es que ni Vargas Llosa,
ni Carrie Bradshaw, ni Jesús Hermida, ni Robin Scherbatsky, ni Rosa María Calaf, ni
Tintín, ni Jesús Quintero han podido confundirse en su elección. A los hechos
me remito.
(relato inspirado en mi la pregunta: ¿Por qué ser periodista? Combinando realidad y ficción)